Cuando la música hace hogar

Aunque siempre nos resuena como una frase aprendida, la realidad nos demuestra que no siempre hace falta mucho para que algo se vuelva inolvidable. A veces, solo se necesita unos tambores y muchas ganas de compartir. Desde el primer instante, la convivencia organizada por Marea Viva junto a Samba Wamba y los chicos del Pinar, fue pura conexión.

Samba Wamba no llegó sola. Trajo baquetas, tambores, y sobre todo, una forma de estar: generosa, alegre, desbordante. Su música no llenó solo el espacio; llenó los cuerpos, los corazones y las ganas de bailar. Cada ritmo abría una sonrisa. Cada golpe de tambor era un puente tendido entre personas que quizá no se conocían, pero que, sin saber cómo, ya estaban bailando juntas.

Hubo emoción, cercanía, y algo aún más raro: autenticidad. Como dijo uno de los chicos al final, con la cara todavía iluminada por la alegría: “Hoy no he sentido que venía a un taller; he sentido que venía a una fiesta con mi gente.”

Y lo fue. Una fiesta larga, vibrante, que se alargó hasta las diez de la noche. Con mucha participación, con una energía preciosa que nacía del deseo común de estar, de compartir, de disfrutar. Todo el mundo colaboró: todas y todos los integrantes de Samba Wamba, los trabajadores de CEAR, nuestros voluntarios, los vecinos y vecinas... Y los chicos, claro, que no dejaron de tocar, bailar, reír.

No se trataba solo de música. Era otra cosa. Era un rato de libertad. De sentir que se pertenece. De descubrir que la felicidad, incluso si solo es por unas horas, puede llegar cuando todo a tu alrededor vibra contigo.

Gracias, Samba Wamba. Gracias al equipo de CEAR por estar siempre. Y gracias a todos los que ayudaron, a los que trajeron instrumentos, a los que se sumaron sin preguntar, a los que se dejaron llevar —por la música, por el momento.

El miércoles, más que un taller, vivimos algo que solo la comunidad puede crear: un hogar efímero donde todo el mundo encontró su sitio.

Y todavía nos dura el eco.

— Marea Viva